Rubén Darío
![]() Nació en Metapa, hoy Ciudad Darío, en Matagalpa, Nicaragua el 18 de enero de 1867. Hijo de padres separados (Manuel Dario y Josefa Sarmiento),Rubén era considero de León donde se crió con su abuela y en donde pasó su niñez. A la edad de 14 años su abuela lo llevó a Managua, donde pronto se le conoció como erudito, escritor, y artista prodigio, que poseía una superdotada memoria, gozaba de una creatividad y retentiva genial. Era sólo un adolescente cuando ya leía a los poetas franceses, y era invitado a recitar poesía.A la edad de doce años, publicó sus primeros poemas "La Fé", "Una Lagrima" y "El Desengaño". Como diplomático, viajó por Europa y América en calidad de cónsul y embajador de su país. Permaneció largas temporadas en Buenos Aires, París y Palma de Mallorca. Trabajó en la Biblioteca Nacional de Managua; donde estudió las nuevas corrientes poéticas europeas. Llegó a Santiago de Chile en 1886, lugar donde consolidó su cultura literaria. En 1887 publicó tres libros de poemas "Abrojos", "Canto épico a las glorias de Chile" y "Rimas". Al año siguiente, saldría a la luz "Azul...". Todas estas obras, sentarían las bases del modernismo y llamarían la atención de todas las críticas, especialmente del escritor español Juan Valera y del uruguayo José Enrique Rodó. Regresó a Nicaragua y se casó en 1891 con Rafaela Contreras, quien moriría 2 años más tarde después de tener su primer hijo. En 1892 representó a Nicaragua en los actos de conmemoración del IV Centenario del Descubrimiento de América. Luego se desplazó por los Estados Unidos de Norte América, Chile, y Francia acabando en la Argentina. En Buenos Aires, trabajó para el periódico "La Nación" y en calidad de corresponsal de ese medio; se desplazó a Europa en 1898 viviendo entre París y Madrid, ciudad en la que conoció en 1900 a Francisca Sánchez, que sería su compañera hasta el final de sus días. Con ella tuvo un hijo en 1907 que nació en París. En este período tuvo ocasión de frecuentar a los componentes de la generación del 98 de escritores españoles: Unamuno, Valle-Inclán, Machado, Azorín, Baroja, Juan Ramón Jiménez y otros. Reconocido ya como poeta fue nombrado embajador de Nicaragua en España en 1907. En 1913, se refugió en Palma de Mallorca en medio de una gran crisis religiosa y mística hasta que en 1915 regresó a Nicaragua, ya muy deteriorado por el alcohol y la enfermedad, murió 6 de febrero de 1916.Está enterrado en la Catedral de León. A Rúben Dario se le reconoce como jefe de filas del movimiento modernista, y Padre del modernismo por sus contemporáneos los más prestigiosos escritores de España e Ibero América. Sus primeros poemas son una mezcla de romanticismo y tradicionalismo. Era admirador de Bécquer al que dedicó su libro "Rimas" y Víctor Hugo. Con su obra Azul fue considerado como el iniciador de una nueva época en la poesía de la lengua española. Sin su influencia, quedaría aún inexplicada e incompleta la historia de la literatura en la lengua castellana. El contacto con los poetas parnasianos y simbolistas transformó su concepción poética en una expresión más universal. Esta poesía se empeñaba en revelar la vida cotidiana mediante la literatura, con la utilización de figuras retóricas y símbolos.Una muestra de ello es "Prosas profanas" (1896 y 1901), donde abunda en simbolismos y en imágenes exóticas, mezcla el amor y el arte, haciendo que este último esté por encima del primero. Dario Alcanza su madurez lírica con "Cantos de vida y esperanza", "El canto errante" y "Prosas profanas" . La abundancia de elementos decorativos y resonancias musicales hacen que su poesía sea refinada y elevada y que muestre muy acertadamente los gustos y sentimientos de su época. Darío tuvo también una faceta de poeta social y cívico. Compuso poemas para exaltar héroes y hechos nacionales, así como para criticar y denunciar los males sociales y políticos. En "El canto errante" y "A Roosevelt", hay una exposición del descubrimiento y conquista de América y una critica al materialismo de los anglosajones. En 1896, durante su estancia en Buenos Aires, publicó una colección de artículos llamada "Los raros", dedicada a personajes literarios como José Martí, Ibsen y Poe, a quienes consideraba próximos en la renovación literaria que llevaba a cabo. En prosa destaca "Peregrinaciones" (1901) diario personal e histórico basado en las experiencias de sus viajes y estancias en países extranjeros. Rubén Darío, hito de la literatura en la lengua española, favoreció el encuentro entre la literatura en español de ambos lados del Atlántico. Junto a Gustavo Adolfo Bécquer inició la recuperación de la poesía española que acabaría en la generación del 27 y daría figuras como Juan Ramón Jiménez. |
obras
Que el amor no admite cuerdas reflexiones
Señora, Amor es violento,
y cuando nos transfigura
nos enciende el pensamiento
la locura.
y cuando nos transfigura
nos enciende el pensamiento
la locura.
No pidas paz a mis brazos
que a los tuyos tienen presos:
son de guerra mis abrazos
y son de incendio mis besos;
y sería vano intento
el tornar mi mente obscura
si me enciende el pensamiento
la locura.
que a los tuyos tienen presos:
son de guerra mis abrazos
y son de incendio mis besos;
y sería vano intento
el tornar mi mente obscura
si me enciende el pensamiento
la locura.
Clara está la mente mía
de llamas de amor, señora,
como la tienda del día
o el palacio de la aurora.
Y el perfume de tu ungüento
te persigue mi ventura,
y me enciende el pensamiento
la locura.
de llamas de amor, señora,
como la tienda del día
o el palacio de la aurora.
Y el perfume de tu ungüento
te persigue mi ventura,
y me enciende el pensamiento
la locura.
Mi gozo tu paladar
rico panal conceptúa,
como en el santo Cantar:
Mel et lac sub lingua tua.
La delicia de tu aliento
en tan fino vaso apura,
y me enciende el pensamiento
la locura.
rico panal conceptúa,
como en el santo Cantar:
Mel et lac sub lingua tua.
La delicia de tu aliento
en tan fino vaso apura,
y me enciende el pensamiento
la locura.
Acuarela
Primavera. Ya las azucenas floridas y llenas de miel han abierto sus cálices pálidos bajo el oro del sol. Ya los gorriones tornasolados, esos amantes acariciadores, adulan a las rosas frescas, esas opulentas y purpuradas emperatrices; ya el jasmín, flor sencilla, tachona los tupidos ramajes, como una blanca estrella sobre un cielo verde. Ya las damas elegantes visten sus trajes claros, dando al olvido las pieles y los abrigos invernales. Y mientras el sol se pone, sonrosando las nieves con una claridad suave, junto a los árboles de la Alameda que lucen sus cumbres resplandecientes en un polvo de luz, su esbeltez solemne y sus hojas nuevas, bulle un enjambre ajeno a ruido de música, de cuchicheos vagos y de palabras fugaces.
He aquí el cuadro. En primer término está la negrura de los coches que explende y quiebra los últimos reflejos solares, los caballos orgullosos con el brillo de sus arneces, y con sus cuellos estirados e inmóviles de brutos heráldicos; los cocheros taciturnos, en su quietud de indiferentes, luciendo sobre las largas libreas los botones metálicos flamantes; y en el fondo de los carruajes, reclinadas como odaliscas, erguidas como reinas, las mujeres rubias de los ojos soñadores, las que tienen cabelleras negras y rostros pálidos, las rosadas adolescentes que ríen con alegría de pájaro primaveral, bellezas lánguidas, hermosuras audaces, castos lirios albos y tentaciones ardientes.
En esa portezuela está un rostro apareciendo de modo que semeja el de un querubín, por aquélla ha salido una mano enguantada que se dijera de niño, y es de morena tal que llama los corazones, más allá se alcanza a ver un pie de Cenicienta con un zapatito oscuro y media lila, y acullá, gentil con sus gestos de diosa, bella con su color de marfil amapolado, su cuello real y la corona de su cabellera, está la Venus de Milo, no manca, sino con dos brazos, gruesos como los muslos de un querubín de Murillo, y vestida a la última moda de París, con ricas telas de Prá.
Más allá está el oleaje de los que van y vienen: parejas de enamorados, hermanos y hermanas, grupos de caballeritos irreprochables; todo en la confusión de los rostros, de las miradas, de los colorines, de los vestidos, de las capotas: resaltando a veces en el fondo negro y aceitoso de los elegantes dumas, una cara blanca de mujer, un sombrero de paja adornado de colibríes, de cintas o de plumas, y el inflado globo rojo, de goma, que pendiente de un hilo lleva un niño risueño, de medias azules, zapatos charolados y holgado cuello a la marinera.
En el fondo, los palacios elevan al azul la soberbia de sus fachadas, en las que los álamos erguidos rayan columnas hojosas entre el abejeo trémulo y desfalleciente de la tarde fugitiva.
Primavera. Ya las azucenas floridas y llenas de miel han abierto sus cálices pálidos bajo el oro del sol. Ya los gorriones tornasolados, esos amantes acariciadores, adulan a las rosas frescas, esas opulentas y purpuradas emperatrices; ya el jasmín, flor sencilla, tachona los tupidos ramajes, como una blanca estrella sobre un cielo verde. Ya las damas elegantes visten sus trajes claros, dando al olvido las pieles y los abrigos invernales. Y mientras el sol se pone, sonrosando las nieves con una claridad suave, junto a los árboles de la Alameda que lucen sus cumbres resplandecientes en un polvo de luz, su esbeltez solemne y sus hojas nuevas, bulle un enjambre ajeno a ruido de música, de cuchicheos vagos y de palabras fugaces.
He aquí el cuadro. En primer término está la negrura de los coches que explende y quiebra los últimos reflejos solares, los caballos orgullosos con el brillo de sus arneces, y con sus cuellos estirados e inmóviles de brutos heráldicos; los cocheros taciturnos, en su quietud de indiferentes, luciendo sobre las largas libreas los botones metálicos flamantes; y en el fondo de los carruajes, reclinadas como odaliscas, erguidas como reinas, las mujeres rubias de los ojos soñadores, las que tienen cabelleras negras y rostros pálidos, las rosadas adolescentes que ríen con alegría de pájaro primaveral, bellezas lánguidas, hermosuras audaces, castos lirios albos y tentaciones ardientes.
En esa portezuela está un rostro apareciendo de modo que semeja el de un querubín, por aquélla ha salido una mano enguantada que se dijera de niño, y es de morena tal que llama los corazones, más allá se alcanza a ver un pie de Cenicienta con un zapatito oscuro y media lila, y acullá, gentil con sus gestos de diosa, bella con su color de marfil amapolado, su cuello real y la corona de su cabellera, está la Venus de Milo, no manca, sino con dos brazos, gruesos como los muslos de un querubín de Murillo, y vestida a la última moda de París, con ricas telas de Prá.
Más allá está el oleaje de los que van y vienen: parejas de enamorados, hermanos y hermanas, grupos de caballeritos irreprochables; todo en la confusión de los rostros, de las miradas, de los colorines, de los vestidos, de las capotas: resaltando a veces en el fondo negro y aceitoso de los elegantes dumas, una cara blanca de mujer, un sombrero de paja adornado de colibríes, de cintas o de plumas, y el inflado globo rojo, de goma, que pendiente de un hilo lleva un niño risueño, de medias azules, zapatos charolados y holgado cuello a la marinera.
En el fondo, los palacios elevan al azul la soberbia de sus fachadas, en las que los álamos erguidos rayan columnas hojosas entre el abejeo trémulo y desfalleciente de la tarde fugitiva.
Un soneto a Cervantes
A Ricardo Calvo
Horas de pesadumbre y de tristeza
paso en mi soledad. Pero Cervantes
es buen amigo. Endulza mis instantes
ásperos, y reposa mi cabeza.
Él es la vida y la naturaleza,
regala un yelmo de oros y diamantes
a mis sueños errantes.
Es para mí: suspira, ríe y reza.
Cristiano y amoroso y caballero
parla como un arroyo cristalino.
¡Así le admiro y le quiero,
viendo cómo el destino
hace que regocije al mundo entero
la tristeza inmortal de ser divino!
A Ricardo Calvo
Horas de pesadumbre y de tristeza
paso en mi soledad. Pero Cervantes
es buen amigo. Endulza mis instantes
ásperos, y reposa mi cabeza.
Él es la vida y la naturaleza,
regala un yelmo de oros y diamantes
a mis sueños errantes.
Es para mí: suspira, ríe y reza.
Cristiano y amoroso y caballero
parla como un arroyo cristalino.
¡Así le admiro y le quiero,
viendo cómo el destino
hace que regocije al mundo entero
la tristeza inmortal de ser divino!
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